sábado, 11 de agosto de 2012

El destino

Escrito estaba, sí: se rompe en vano Una vez y otra la fatal cadena, Y mi vigor por recobrar me afano. Escrito estaba: el cielo me condena A tornar siempre al cautiverio rudo, Y yo obediente acudo, Restaurando eslabones Que cada vez más rígidos me oprimen; Pues del yugo fatal no me redimen De mi altivez postreras convulsiones. ¡Heme aquí! ¡Tuya soy! ¡Dispón, destino, De tu víctima dócil! Yo me entrego Cual hoja seca al raudo torbellino Que la arrebata ciego. ¡Tuya soy! ¡Heme aquí! ¡Todo lo puedes! Tu capricho es mi ley: sacia tu saña... Pero sabe, ¡oh cruel!, que no me engaña La sonrisa falaz que hoy me concedes. Getrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)

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